Un
hombre se acercó a Buda y sin mediar una sola palabra, le escupió a
la cara; provocando el enfurecimiento de los discípulos.
El
más cercano, llamado Ananda, que había sido un guerrero,
dirigiéndose a Buda, le requirió:
—¡Dame
permiso, para que le dé a este hombre su merecido!
Buda,
con total serenidad, se limpió el rostro y dijo a Ananda:
—No,
yo hablaré con él.
Uniendo
sus manos en señal de reverencia, Buda le habló así al hombre:
—Muchas
gracias, porque con tu actitud, he podido comprobar si podía la ira
invadirme, y no puede; te lo agradezco sinceramente.
—También
has hecho, que se llene de ira mi discípulo Ananda; ¡muchas
gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Y por eso queremos hacerte
esta invitación: siempre que sientas la necesidad de escupir a
alguien, por favor, piensa que puedes venir a nosotros.
El
hombre, profundamente conmocionado, no daba crédito a sus oídos; ya
que había ido a provocar la ira de Buda, fracasando en su intento.
Aquella noche no pudo conciliar el sueño y estuvo dando vueltas en
la cama; el remordimiento le perseguía sin cesar. Había escupido a
Buda y éste permaneció sereno, y con calma total, como si no
hubiera ocurrido nada. Muy temprano al día siguiente, volvió
precipitado y se postró a los pies de Buda rogando:
—Por
favor, perdóname por el agravio de ayer, me arrepiento y no puedo
dormir.
Buda
respondió:
—Yo
no puedo perdonarte, porque para ello deberías haberme enojado y eso
nunca sucedió.
—Ha
pasado un día, y ni tú eres el mismo, ni yo soy el mismo, y te
aseguro que no hay nada que perdonar.
—Si
necesitas perdón, ve ante Ananda; póstrate a sus pies y pídele que
te perdone. Él si se enojó, y seguro que quiere que le pidas
perdón.
Moraleja:
quien a otro escupe, así mismo le repercute.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.