Cedro

sábado, 24 de enero de 2015

El valor de las personas

Un discípulo, que se encontraba con los ánimos muy apagados, fue a consultar al Maestro lo que le estaba pasando.

Ante el sabio, dijo:
Maestro, me siento tan poca cosa, que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen que no sirvo para nada, que no hago nada bien, que soy muy torpe. ¿Cómo puedo mejorar?

El Maestro, sin mirarlo, le contestó:
Cuánto lo siento, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi problema. Pero... si quieres ayudarme, yo podría resolver mi dificultad más rápidamente y después tal vez, te pueda echar una mano.

Encantado, Maestro. ―Respondió el discípulo, aunque sintiendo que otra vez era desvalorizado y sus necesidades relegas a un segundo plano.

El Maestro se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique y dándoselo al discípulo, le ordenó:
Ve al mercado para vender este anillo, porque tengo que pagar una deuda; pero no aceptes menos de una moneda de oro, y luego regresa rápido con la moneda.

El discípulo cogió el anillo y apenas había llegado, comenzó a ofrecerlo a los mercaderes, que lo miraban con interés, hasta que le decía lo que quería por él. Cuando el discípulo refería la moneda de oro, algunos reían, otros le daban la espalda, y solo un viejecito fue tan amable de explicarle, que una moneda de oro, era muy valiosa a cambio del anillo.

Con afán de hacer negocio, un comerciante le daba una moneda de plata, pero el discípulo tenía el deber, de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta. Después de ofrecer la joya, a muchas personas del mercado, sin resultado alguno; regresó abatido y deseando tener él mismo la moneda de oro, para entregársela al Maestro y liberarlo de su preocupación.

De nuevo ante el Maestro, afligido el discípulo, le habló:
Lo siento Maestro, no ha sido posible conseguir la moneda de oro. Quizás pudiera obtener una o dos monedas de plata, pero nada más; creo que no puedo engañar a nadie, respecto al verdadero valor del anillo.

El Maestro sonriente, contestó:
Ve al joyero, y dile que quiero vender el anillo, pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no lo vendas y vuelve aquí con el anillo.

El discípulo fue ante el joyero, que examinó el anillo a la luz, lo miró con lupa, lo pesó y luego le dijo:
Dile al Maestro, que si lo quiere vender, no puedo darle más que cincuenta y ocho monedas de oro.

¡Cincuenta y ocho monedas! ―Exclamó el discípulo.

Sí, ―replicó el joyero. ―Aunque con tiempo podríamos obtener cerca de setenta monedas de oro.

El discípulo corrió emocionado a casa del Maestro, para contarle lo sucedido. Y después de escucharlo, el Maestro sentenció:
Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, solo puede valorarte un experto. Y el único que conozco es Dios. ¿Qué haces pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, el Maestro puso el anillo en el dedo de la mano del discípulo.

Moraleja: la belleza exterior es la que todos ven, la belleza interior es la que pocos encuentran.

Sigue en el libro: El Maestro de la vida

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