El
anciano y venerable Maestro, acompañado por sus fieles discípulos,
dieron un paseo por el bosque, donde llevaban días de meditación y
retiro espiritual.
Era
la ocasión de ver varios ascetas, entregados cada uno a penitencias
muy severas. Uno de ellos, estaba colgado boca abajo de un árbol;
otro se tendía sobre espinos; y otro se alimentaba solo de hierbas.
Uno de los discípulos expuso:
—Maestro, nos has enseñado que el cuerpo es un templo del Divino y no debemos maltratarlo, sino cuidarlo. Estos ascetas, ¿obtienen méritos, o someten su ego?
Otro discípulo, interesado por el tema preguntó:
—Sí Maestro háblanos del ego, ¿quiere decir esto, que tenemos que matarlo?
Y
el Maestro, apaciblemente manifestó:
—Los peligros del ego son enormes: divide, enfrenta, es soberbio, posesivo, codicioso, rencoroso, odia y consume toda posibilidad de amor y felicidad.
—Los peligros del ego son enormes: divide, enfrenta, es soberbio, posesivo, codicioso, rencoroso, odia y consume toda posibilidad de amor y felicidad.
Nada
hermoso puede surgir de un ego envanecido, no se trata de matarlo,
sino de transformarlo y ponerlo al servicio de la “acción noble”.
Un
tercer discípulo replicó:
—Pero no entiendo, cómo puede haber ego y no a la vez..
El Maestro precisó a todos ellos:
—Con demasiado ego, nadie puede ser feliz, ni tener capacidad para hacer felices a los demás. Pues el ego se viste con la máscara del egoísmo, la vanidad, la soberbia, el orgullo, la avaricia, la ira, el odio... Es necesario vigilar el ego y debilitarlo.
—Pero no entiendo, cómo puede haber ego y no a la vez..
El Maestro precisó a todos ellos:
—Con demasiado ego, nadie puede ser feliz, ni tener capacidad para hacer felices a los demás. Pues el ego se viste con la máscara del egoísmo, la vanidad, la soberbia, el orgullo, la avaricia, la ira, el odio... Es necesario vigilar el ego y debilitarlo.
Y
para aclarar la cuestión, el Maestro decidió ponerles un ejemplo,
con un trozo de soga que prendió; dejando a los discípulos
perplejos, ya que no sabían que relación podía tener la soga
ardiendo, con el ego.
Totalmente
quemada la soga, el Maestro ordenó:
—Traedme
ahora la soga.
Cuando
los discípulos trataron de coger los restos de soga, ésta se
disolvió. Y el Maestro sentenció:
—Así hay que someter y reducir al ego, hay que dejarlo en el esqueleto; porque mientras viva en este cuerpo-mente, seguirá latiendo, aunque de forma muy tenue.
Los discípulos comprendieron y agradecieron las enseñanzas al mentor.
—Así hay que someter y reducir al ego, hay que dejarlo en el esqueleto; porque mientras viva en este cuerpo-mente, seguirá latiendo, aunque de forma muy tenue.
Los discípulos comprendieron y agradecieron las enseñanzas al mentor.
Moraleja:
quien se crea una estrella, que
mire al cielo de noche.
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